Obelisco Vaticano

Situado en la plaza de San Pedro, frente a la basílica del mismo nombre y la evocadora columnata de Bernini, el Obelisco Vaticano es uno de los 13 obeliscos antiguos que adornan Roma.

Tallado en granito rojo, se alza a más de 25 metros de altura; con su base y cruz, alcanza casi los 40 metros. No es el obelisco más alto de la ciudad, ese título lo ostenta el Obelisco de Letrán, pero quizá sea el más importante de todos, dado el extraordinario paisaje que lo rodea.

Al igual que los obeliscos de la piazza dell'Esquilino y la piazza del Quirinale, el Obelisco Vaticano no tiene laterales decorados ni lleva ninguna inscripción, quizás porque fueron traídos a Roma sin terminar, directamente del yacimiento arqueológico, o debido a la muerte repentina del faraón que los había encargado.

Originalmente debía alcanzar los 45 metros, pero probablemente se rompió durante su construcción, por orden de Augusto, en el Foro Julio de Alejandría.

En el año 37 d. C., el emperador Calígula ordenó su traslado a Roma, donde se erigió en el Circo Vaticano, también conocido como el Circo de Calígula y Nerón. Según la tradición, muchos cristianos fueron martirizados allí, incluido el propio San Pedro. El hecho de que, a diferencia de los demás, este obelisco haya permanecido siempre en pie se atribuye precisamente a su importancia para el pueblo, que lo consideraba testigo de tan trágicos acontecimientos. También es seguro que, dada su proximidad a los edificios circundantes, si hubiera sido derribado, habría corrido el riesgo de derrumbarse contra ellos.

Fue trasladado desde su emplazamiento romano original tras la construcción de la cercana Basílica de San Pedro. Después de varios proyectos fallidos, su traslado al centro de la plaza se llevó a cabo finalmente gracias a la firme voluntad del papa Sisto V, quien encomendó el grandioso proyecto de erigirlo directamente al arquitecto Domenico Fontana (1543-1607).

Las maniobras resultaron extremadamente complicadas, y dado el considerable peso del obelisco - 327 toneladas - Fontana contó con la ayuda de 900 hombres y 75 caballos, quienes debieron trabajar en absoluto silencio, bajo pena de muerte.

Durante las operaciones de izado del obelisco, resonó el ya famoso grito del marinero Benedetto Bresca: “¡Agua a las cuerdas!”. Las cuerdas que sujetaban el monolito cedían bajo su considerable peso; una vez empapadas en agua, se reforzaron y la empresa se completó con éxito. Las fases del arduo transporte se ilustran no solo en la obra de Domenico Fontana “Sobre el transporte del Obelisco Vaticano” (1590), sino también en numerosos grabados contemporáneos, a modo de reportaje moderno. El ambicioso proyecto se completó antes de la finalización de las obras de la Basílica de San Pedro y aproximadamente cien años antes de la construcción de la columnata por Gian Lorenzo Bernini.

En aquella ocasión, también se examinó el contenido del globo terráqueo que coronaba la esfera - actualmente conservado en los Museos Capitolinos. Se creía que contenía las cenizas de Julio César. Sin embargo, en su interior solo se halló polvo. La esfera aún conserva las marcas de los disparos de arcabuces efectuados por los Lansquenetes durante el saqueo de Roma en 1527.

El Obelisco Vaticano está separado de su base por cuatro leones que recuerdan el escudo de armas de Sisto V, obra de Prospero Antichi, y, a diferencia de los demás, no descansa directamente sobre él. Está coronado por una cruz que remata los símbolos heráldicos de la familia del papa Sisto V Peretti.

El traslado a la plaza de San Pedro, que se realizó sin incidentes y en muy poco tiempo, fue seguido con entusiasmo por toda la población, que llevó en procesión triunfal a Domenico Fontana el último día. El obelisco fue erigido al atardecer del 10 de septiembre de 1586.