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Santos y diablos en la iglesia de Santa Sabina

Santa Sabina - Foto domenicani.net

Un rincón del paraíso

Un oasis de paz, una hermosura tranquilizante e inmortal: si el Aventino es un rincón del paraíso, su " joya " es, según muchos, la iglesia de Santa Sabina. Luminosa y armoniosa, fue erigida en el siglo V y es hoy en día una de las obras paleocristianas más bien conservadas. En el año 1219, el Papa Honorio III se la confió a Domingo de Guzmán y a su congregación de monjes predicadores, que continúan teniendo aquí su sede. Personajes famosos de reconocida santidad, como Tomás de Aquino y Pío V, han pasado por los antiguos muros de su convento, aportando su encanto espiritual y artístico, pero es Santo Domingo quien interpreta el primer puesto en muchas de las historias que se refieren a él.
El recuerdo del santo, que vivió y trabajó aquí, es aún muy vivo: en el mismo monasterio, por ejemplo, se venera la celda ( después transformada en capilla) donde el fundador de la orden conoció a su contemporáneo, San Francisco. Pero al santo también se le atribuye un pequeño milagro -al menos de longevidad botánica- que tiene que ver con la robustez de un naranjo en el patio del claustro. En Italia parece haber sido la primera en ser trasplantada, por una semilla que Domenico aportó desde España, su tierra natal. El naranjo es visible a través de un hueco en la pared de la iglesia y se considera milagroso porque ha seguido dando frutos siglos más tarde. Por cierto, se dice que Santa Catalina de Siena recogió naranjas de este árbol, las confitó y se las llevó a Urbano VI en 1379 para mostrarle al pontífice, famoso por su temperamento difícil, cómo también una fruta agria podía volverse potencialmente dulce...

El diablo se esconde en los detalles

Hay quien piensa que el infierno y el paraíso son dos caras de la misma moneda: también en un sitio de intenso ambiente espiritual y religioso es posible que emergan "rastros sulfurosos". 
El antiguo Templo de Juno Regina se encontraba muy cerca de Santa Sabina, y el rumor popular decía que todas las iglesias construidas sobre templos paganos estaban llenas de presencias oscuras. Si creemos lo que dicen las numerosas leyendas medievales, el diablo ha puesto a dura prueba la comunidad religiosa en varias ocasiones, pero es un detalle en apariencia sin importancia lo que esconde la evidencia material de su contacto tan directo con Santo Domingo. Justo a la izquierda de la entrada, en una posición solitaria, hay una extraña pieza negra, de forma circular, lustrada por el tiempo y que se apoya en una columna blanca retorcida. El nombre por el que se le conoce es "Lapis Diaboli": se narra como una noche, mientras Domingo estaba orando como de costumbre sobre la losa de mármol que protegía los huesos de algunos mártires, el diablo intentó por todas las vías perturbar su fe e inducirle a pecar. Sin resultado. El diablo, enfurecido por tanta devoción, perdió los nervios, agarró un pesado bloque de basalto negro y lo lanzó contra él. El tiro fue inútil: el santo sólo fue rozado por la piedra, que acabó estrellándose contra ella, rompiéndola en varios pedazos. La piedra, sobre la que todavía se pueden observar los agujeros dejados por las garras del demonio, se ha colocada desde entonces a la vista de todos, casi como una reliquia, para recordar el poder de la fe.

Allá de la Leyenda

La placa recompuesta se encuentra ahora en la Schola Cantorum de la iglesia, el espacio que albergaba a los cantores durante los ritos religiosos. Algunas maledicencias afirman que el arquitecto Domenico Fontana la partió involuntariamente en el curso de la reestructuración de la iglesia que el Papa Sixto V encargó en el año 1587. En lo que se refiere a la piedra del diablo, se dice que es un "lapis aequipondus", es a decir, uno de los pesos de contrapeso que se utilizaban en las balanzas en la época romana.
Existen otros ejemplos en Roma, tres en la iglesia de Santa Maria in Trastevere y uno en la iglesia de San Lorenzo fuori le Mura: los agujeros de las piedras servían sólo para sostener el peso de dos anillos, es o sea dos ganchos de hierro, necesarios para levantarlas. Si excluimos una acción del diablo, las piedras tienen un aura pecaminosa y macabra. Probablemente porque, en los inicios de la era cristiana, se transformaron de simples objetos cotidianos en instrumentos de tortura y martirio. También denominadas "lapis martyrum" (piedra de los mártires), las que más pesaban se ataban al cuello de las víctimas arrojadas al agua, o a los pies cuando el cuerpo se colgaba de las muñecas y se lo dejaba suspendido. Un claro ejemplo de este último procedimiento macabro es el cuadro del siglo XVI de Antonio Tempesta que representa el "Martirio de San Primo", expuesto en la iglesia de Santo Stefano Rotondo.

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